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Es mucho más doloroso cuando tenemos que hablar del tema con un niño. Muchas son las dudas que se nos plantean a la hora de explicar la muerte de un ser querido a un niño. Dudas y temores. No sabemos qué es lo mejor: dar muchas explicaciones, contarles un cuento, mentir sobre lo ocurrido realmente, ocultar nuestras emociones, quedarse callado y esperar a que haga preguntas, no llorar delante del niño...
Los niños, incluso los más pequeños, son grandes observadores. Se dan cuenta enseguida de que algo pasa, algo "no va bien". Ven a sus familiares tristes, diferentes, hablan menos, salen menos, tienen los ojos rojos a menudo...
Tendemos a "proteger" a los niños acerca de éste tema, y cuando nos hacen preguntas sobre ello, les decimos sencillamente "no pienses en eso". Cuando se produce una pérdida, intentamos no hablar de ello delante del niño, o le llevamos a casa de otro familiar, o no lloramos delante del niño, porque pensamos que lo mejor es hacerlo así para evitarles el dolor y el sufrimiento que nosotros mismos estamos pasando.
Sin embargo, es recomendable dar la noticia al niño lo antes posible y
siempre por medio de una persona querida por el niño, mejor si son sus padres. Sin mentiras. Expresando vuestra pena; hacerlo en un sitio tranquilo y hablarle con cariño y ternura.
En niños pequeñitos de menos de dos años, la palabra muerte, es solo una palabra. Perciben la muerte como una ausencia, notan los cambios que se producen en sus rutinas, pero no son plenamente conscientes de lo que significa. En estos casos se recomienda seguir las rutinas diarias y proporcionar los menos cambios drásticos posibles.
Los niños un poco más mayores, hasta los 6 años más o menos, piensan en la muerte como un hecho temporal y reversible; no son conscientes plenamente del significado auténtico de la muerte. Piensan que allá donde se encuentre ese ser querido, aún vive, y nos mira. Sentirán curiosidad y nos harán preguntas que debemos contestar de manera breve y clara. Sin dar demasiadas explicaciones, ni muy complicadas, que no van a ayudar a que entienda mejor lo que ha pasado.
Es importante dialogar con ellos, preguntarles que piensan sobre lo que ocurre, con el fin de averiguar si sus ideas son acertadas o no. Hay que hacerles entender que la persona que ha muerto no va a volver. Que esa persona ya no respira, ni camina, ni se mueve.
Hay que evitar decir que el fallecido "está durmiendo" o "se ha ido a un lugar mejor" o "ahora vive en una estrella" porque los niños van a tomar estas frases de forma literal, y les va a crear más dudas y confusión, e incluso puede ser contraproducente y desarrollar miedo a la hora de dormir, o decir que también quiere irse a ese lugar mejor.
Los niños de 6 a 10 años ya aprenden lo que realmente significa "morir". Y es en esta etapa cuando puede aparecer un sentimiento de culpa. Pueden creer que algo que ellos han dicho, hecho, o pensado ha podido provocar la muerte de ese familiar. Es muy importante tratar y hablar con ellos todas esas ideas que pueden surgir. Es muy frecuente también que nieguen la pérdida que acaban de sufrir, que no se lo crean del todo.
Al igual que en los adultos, en los niños también aparecerán algunas reacciones posteriores al suceso. Algunos niños se mostrarán más dependientes de su mamá o su papá y tendrán ansiedad por la separación, pero también puede ocurrir lo contrario y de repente no quieran estar con nadie, ni ser abrazados, ni siquiera hablar con nadie. También es muy normal que experimenten tristeza y muchos incluso ira. Algunos pueden tener problemas de sueño, con pesadillas, o no querer irse a dormir solos. Se recomienda informar a la escuela de lo sucedido y que presten especial atención al niño y a sus posibles cambios de conducta o de humor.
Todas estas manifestaciones son normales. Lo que haría pensar que un niño necesita ayuda de un profesional es la duración de todas estas conductas.
Los niños, al igual que los mayores, desarrollarán un proceso de duelo, distinto al de un adulto, pero normal y más frecuente de lo que pensamos. Para superar este duelo los niños necesitan sentirse acompañados, necesitan apoyo y dedicación y que sea una persona de su confianza (papá, mamá, abuelo, abuela..) quien se encargue de darle un entorno seguro y protector.
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